Austria puede parecer un país tranquilo, pacífico y
relajante. Podría serlo, no digo que no. Pero nunca te interpongas en el camino
de un vehículo en marcha. Yo tengo la teoría de que los austriacos, con toda su
educación y calma, se suben al coche y se transforman. Se alteran y se vuelven
monstruos excitados que se mueven por instinto y que no ven más allá de su
volante. Eso sí, nunca pitan. Y si lo hacen, es raro. O es que no son
austriacos, que también puede ser.
Para conducir en Austria hay que tener en cuenta varias
cosas. La primera es que, pese a que se rigen por el sistema internacional, no
obedecen las mismas normas de seguridad que el resto de Europa, por ejemplo,
conduce siempre a la velocidad que les da la más absoluta gana, a no ser que
haya un radar por el camino, es decir, zona residencial significa que los
coches irán a la máxima velocidad que les permita el trazado de la calle,
siendo esta 30km/h o 90km/h. Y esto se aplica a todas las vías. Ni señales de
tráfico ni memeces… si no hay obstáculo visible… corremos. Otra cosa es que dos
coches tengan que compartir un carril, en cuyo caso, ambos vehículos pueden
llegar a detenerse por completo como si ambos tuviesen púas en sus costados y
pudiesen
pincharse entre sí. Entre un coche y otro hay que dejar un metro de
espacio. Un metro por coche, quiero decir… y al menos medio metro más entre el
coche y la acera cuando están en movimiento. Lo que a veces hace que sea casi
imposible circular y los vehículos “aparquen” mientras el otro se quita de su
camino. Esto siempre me ha hecho pensar en la antigua teoría del “Espacio vital”
de los alemanes… al final, va a ser verdad.
Luego los verás conduciendo sin cinturón, en viva charla por
su móvil o incluso mandando un mensaje o grabando un video. Eso… es normal. O
bien, los puedes ver pararse donde les parezca bien. Sin dar explicaciones ni
avisar, ni mucho menos pedir permiso. Yo me quiero parar aquí y aquí me paro.
Lo que no se aplica a la hora de aparcar, porque para eso sí que son hiperescrupulosos.
Aparcan donde está permitido y pagan su
aparcamiento si hace falta (porque el timo de pagar por aparcar en la calle no
es prerrogativa española, aquí también pasa y es caro).
Y otra cosa muy positiva es que no sólo saben dónde está el
intermitente, sino que además lo usan. Cosa que, por ejemplo en España, debería
ser una opción al comprar el coche, porque si no lo vas a usar nunca… que te lo
descuenten, no? En Austria se pone, se usa, se respeta y es matemático. Tú lo
das y las puertas del mundo te son abiertas. Un placer.
En resumen. Lo cierto es que la forma de conducir en Austria
es bastante caótica y muy muy agresiva. Sin embargo, no lo hacen mal puesto que
hay muy pocos accidentes. Son buenos conductores. Lo que no quiere decir que
para el turista sea fácil. En trayectos largos es más fácil, pese a que la
calidad de su pavimento es pésima (claro que el precio de sus autopistas es
ridículamente barato y su clima hace imposible mantener la calidad al nivel que
en España o en Italia). Pero cuando uno tiene que entrar en ciudad… suda la
gota gorda.
Especialmente en los cascos antiguos. En el centro de Viena, uno
aprende en propia carne, lo que es amar a Dios en tierra ajena. Sudas, lloras,
te agotas y después de muchas horas de estar perdido… aparcas y te vas a un
bar. El trazado de sus ciudades no es lógico y las callejuelas son estrechas y
serpenteantes, la gente cruza cuando y por donde le parece mejor, las
bicicletas van a su ritmo y cuando crees que no se puede ir a peor… aparece el
tranvía. Aterrador. ¿Conclusión? Si vas a viajar a Austria y la quieres
disfrutar, coge el transporte público que es fantástico y déjate mimar. No te
compliques alquilando un coche y sufriendo gratis.
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